Confieso que por primera vez en muchos años y después de muchas lunas, noto en el país un verdadero sentido de pertenencia, lucha, insurrección y rebeldía. Me refiero a la gran masa democrática que se mantenía a la deriva sin un verdadero líder, a la sombra de unos dirigentes opositores incoloros, tartamudos y nimios, que no terminaban de responder
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